miércoles, mayo 16, 2007

Tengo prisa, señora

Me acercaba a la estación cuando vi que mi tren llegaba. No soporté la idea de tener que esperar al siguiente, así que corrí cuánto pude a riesgo de torcerme el tobillo en alguno de los irregulares adoquines de la plaza. Puse la tarjeta en la máquina de acceso. Entró a cámara lenta y cuando pensaba que se la había tragado para siempre, aquel trasto odioso carraspeó y la escupió. Entré en la estación tan escopeteado que uno de los perros de vigilancia se abalanzó sobre mi pierna derecha. No me la arrancó porqué llevaba bozal pero en momentos de espanto todavía oigo sus ladridos enlatados. El tren ya había entrado en la estación y todavía tenía que cruzar a la otra vía por un pasadizo subterráneo. Lo crucé y subí los escalones de tres en tres. Los pasajeros que habían salido del tren bajaban por la misma escalera. Esquivé con facilidad a dos jóvenes y a una señora que me estaba pidiendo ayuda para bajar un cochecito con un bebé. Pude balbucear, ¡no puedo señora ¡tengo prisa! Al llegar a la altura del andén giré a la derecha y choqué de frente con un hombre. Ahora diría que era como mi tío Braulio, regordete, cabezón y bigotudo. Pero esta descripción es tan fiable como la que haría un conductor de un transeúnte justo después de atropellarlo. De hecho fue como si me hubieran estampado con un matasellos entre ceja y ceja a tío Braulio. Aún así logré ver que tras ese obstáculo redondo y piloso las puertas permanecían abiertas. Así que, en un mismo movimiento, lo aparté con suavidad, le dije ¡lo siento señor! (o tal vez lo siento tío Braulio), e hice un salto olímpico que me permitió entrar en el tren antes de que las puertas se cerraran. Fue una bienvenida aparatosa porque casi me arrancan de cuajo la mochila que cargaba en la espalda y además llevaba tanto impulso que chapoteé en el metàlico suelo del vagón como un niño sobre un charco. Cuando el tren arrancó la gente me miraba algo asustada pero no me importaba nada porque había conseguido alcanzarlo. Me senté intentando recuperar el aliento. Mientras leía el principio de un libro de Bolaño, sonreía y respiraba exageradamente, satisfecho de mi logro.
Al llegar a mi destino estaba tan contento que bajé del convoy y me dirigí a uno de los bancos del andén. Aun quedaban muchos minutos para que empezara la clase de matemáticas y la Universidad estaba al lado de la estación. Así que me senté en el banco y esperé tranquilamente a que llegara el siguiente tren. Quería saborear cada segundo que pasara. Verlo entrar en la estación tan lentamente como había entrado mi tarjeta en la maldita máquina de acceso, esperar a que abriera sus puertas para mirar mi reloj y descubrir, con una sonrisa de orgullo, el tiempo exacto que había ganado.
Rufí

3 Comments:

Blogger Daniel Gutiérrez Abella said...

Chapeau Rufí!

Aquest estudiant atrafagat sense motiu podria ser jo mateix, cada matí, fent el boig amb la moto pel carril bus.

JA ho va escriure el Torres això, "la pressa de qui no té pressa".

Cuida't

12:27 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

M'ha agradat molt! El meu pare és igual que el nebot del Braulio.
Per cert, per què alguna vegada firmes Ru...fí i d'altres Rufí? És pura casualitat o té alguna explicació lògica?
Kitty... Wu

2:38 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Ja l'he llegit. És el primer que he fet al arribar a casa, estava encuriosida, per això no t'he fet gaire cas al despedir-nos,tenia pressa senyor. Ha valgut la pena. Fantàstic!!!Friso per sentir-lo!!!

Records per cert de la Míriam.

5:36 p. m.  

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