miércoles, mayo 28, 2008

La espalda recta

Algo le impide retirar de la mesa accesoria la bolsa de buñuelos que compró ayer en la pastelería. La función de la bolsa de papel blanco translúcido duró poco. Exactamente lo que Adolfo tardó en ir de la pastelería al trabajo más el tiempo récord en que sus compañeros le ayudaron a vaciarla, mientras le daban palmaditas en la espalda y la enhorabuena por lo de la boda. Luego, la bolsa se quedó allí encima, abandonada.

"La espalda recta, siempre recta, y el pecho fuera Adolfo", como un hombre -le decía su padre cuando aún era un niño-. Y él, aunque era incapaz de sospecharlo, no sólo ponía recta la espalda, poco a poco también cambiaba la postura de su inocencia, que se erguía y se anquilosaba.

Ahora, cuando empieza a tener canas en la barbilla, algo le impide recoger esa bolsa. De vez en cuando aparta la mirada de la pantalla del ordenador y la observa. Luego trata de volver a concentrarse en tomar una postura ergonómica. "La espalda recta Adolfo" -piensa-, pero le molesta demasiado. Le molesta sumamente que la bolsa esté allí. Momentáneamente le parece que todavía percibe el aroma de los buñuelos recién hechos, pero la bolsa esta vacía. Vacía, abierta y aceitosa, encima de la mesa accesoria.

Un día y medio después de que la dejara allí, no entiende porqué todavía nadie se ha molestado en cogerla y deshacerse de ella. "Ya no digo mis compañeros, que desayunaron a mi costa -se dice-, pero ¿cómo es que la mujer de la limpieza no la tiró a la basura?".

No contempla ni por asomo la posibilidad de tirarla él mismo, como si la papelera donde acaba de depositar el periódico estuviera tan lejos como el vertedero de la ciudad. La arrogancia postural que le agarrota los músculos y el orgullo se lo impide. No es pereza, él es muy trabajador. No es racismo ni clasismo, el siempre trata bien a los inmigrantes legales y a las personas de un estrato social -como él suele decir- más humilde. No es machismo, él se ha adaptado muy bien al nuevo trato que se da a las mujeres en muchos ámbitos. No, no puede ser nada de eso -piensa mientras se lleva la mano a la parte lumbar.

No es capaz de darse cuenta de que el problema no está en su espalda. Su orgullo lleva demasiados años recto como para doblarse ahora hasta la altura del desperdicio y librarse de él.

Rufí